Computadoras como el ENIAC,
una de las primeras de la historia, estaban formadas por 7.648 válvulas
de vacío y 7.200 diodos de cristal, ya que en 1946, fecha en la que se
terminó de construir este artefacto, la electrónica aún no había sufrido
la gran revolución del transistor. El transistor bipolar fue desarrollado en 1947 en los Laboratorios Bell por John Bardeen, Walter Houser Brattain y William Bradford Shockley,
quienes obtuvieron el Premio Nobel de Física en 1956 por desarrollar un
componente que sustituyó las válvulas de vacío y se convirtió en el
pilar fundamental sobre el que pivotan los dispositivos electrónicos que
hoy en día conocemos y donde, por ejemplo, un procesador como el Intel
Core i7 que vemos en el mercado aloja alrededor de 730 millones de
transistores MOS.
El transistor marcó un antes y un después en la ingeniería electrónica
y, en estos años, hemos visto cómo se han perfeccionado las tecnologías y
procesos de fabricación para conseguir transistores cada vez más
pequeños y dispositivos cada vez más potentes y rápidos, aumentándose la
escala de integración y desarrollándose sistemas completos en un único
chip (SoC). Si bien es cierto que cada vez nos acercamos más a los límites del silicio como base de nuestra tecnología electrónica y el grafeno
se postula como el material clave para apoyar la nueva generación de
dispositivos electrónicos, hace tiempo que venimos observando un nuevo
paradigma en el ámbito del desarrollo de sistemas electrónicos, una
tendencia que parece sacada de una película de ciencia ficción pero que
comienza a ser una realidad comercial cada vez más cercana: la electrónica flexible.
Aunque el grafeno se haya convertido en el material estrella del que se
habla continuamente y, sin duda, será clave para la nueva generación de
dispositivos electrónicos en cuanto a su capacidad de procesamiento,
velocidad de funcionamiento y aumento de la escala de integración, este
material junto, a otros nuevos materiales, está abriendo la puerta a una
nueva generación de dispositivos que “rompen” con los factores de forma fijos y nos podrían ofrecer dispositivos que se pueden curvar, estirar o doblar sin que se rompan o dejen de funcionar y que, incluso, son capaces de recuperar su forma original.
Pensemos en una pantalla que se puede doblar o enrollar por completo como si fuese un periódico, un e-reader
tan delgado como el papel que, además, podemos manipular como si fuese
papel con la ventaja de poder cargarle contenidos y guardarlo en
cualquier parte; una imagen futurista que ya comienza a ser una
realidad.